Se ha anunciado que la jueza Ruth Bader Ginsburg, una de las figuras políticas más emblemáticas de la historia moderna de Estados Unidos, quien a sus 80 años se convirtió en un icono legal, cultural y feminista, falleció el viernes 18 de septiembre. Su muerte fue anunciada por la Corte Suprema, diciendo que la causa fueron complicaciones de cáncer metastásico de páncreas. En el comunicado, la Corte dijo que Ginsburg murió en su casa en Washington rodeada de familiares. Tenía 87 años.
Pocos días antes de su muerte, cuando sus fuerzas decayeron, Ginsburg dictó esta declaración a su nieta Clara Spera: “Mi deseo más ferviente es que no seré reemplazada hasta que se instale un nuevo presidente”.
Sabía lo que vendría. La muerte de Ginsburg tendrá profundas consecuencias para la corte y el país. Dentro de la corte, no sólo se ha ido el líder del ala liberal, sino que con la Corte a punto de abrir un nuevo mandato, el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, ya no tiene el voto de control en casos muy controvertidos.
Posteriormente, Ginsburg sirvió 27 años en el tribunal más alto de la nación, convirtiéndose en su miembro más destacado. Su muerte inevitablemente pondrá en movimiento lo que promete ser una batalla política desagradable y tumultuosa sobre quién la sucederá, y coloca la vacante de la Corte Suprema en el centro de atención de la campaña presidencial.
Para cuando tenía 80 años, se había convertido en una especie de estrella de rock para mujeres de todas las edades. Fue objeto de un exitoso documental, una película biográfica, una opereta, una gran cantidad de productos con su apodo de “Notorious RBG”, una portada de la revista Time y bocetos habituales de Saturday Night Live.
Toda la nación la extrañará como una de las luchadoras de nuestro país por la igualdad de género. Se unirá a su esposo, Marty Ginsburg, y le sobreviven sus hijos, Jane y James Ginsburg.
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